LOS TORPES

Publicado: 12 de May, 2014 en Devaneos de cabeza, Infinita tristeza, Paranoias

Pertenezco a éste, el Movimiento Internacional de los Torpes Sin Remedio. Somos de los que tropezamos no sólo con la misma piedra sino con otras, con piedras ajenas, con las que antes no tropezamos, incluso con piedras que están en caminos por los que no pasamos. Somos de los que tocamos la puerta equivocada y aunque nos responde un vecino que no conocemos de una casa que no es la nuestra, entramos, nos sentamos en el sillón de otro, vaciamos los pies de zapatos, nos servimos un vaso de agua de una refrigeradora demasiado caliente. Somos los que nos bajamos en el paradero equivocado y caminamos por calles que nunca hemos visto rumbo a un sitio que ya no sabemos cuál era, pero no importa, siempre habrá un vendedor ambulante que nos recuerde comprar una aguja para coser la camisa que se nos descoserá aunque cuando suceda no encontraremos la aguja y saldremos a buscar al vendedor ambulante, pero al bajarnos, en el último paradero, notaremos que no tenemos ese lápiz chino que venden esos chinos y quedará tan bien –aunque no escribamos– en la casa forastera cuyo timbre tocaremos mañana y allí esperaremos, ansiosos, a ése que escribe, que estrenará el lápiz que probablemente se ha perdido en un bar a mitad del camino. Somos de los que se olvidan del desayuno o lo toman varias veces en un mismo día y en la noche poco después del atardecer y ante el café nos preguntamos por qué no amanece nunca, qué madrugada tan larga y sin hambre. Somos los que juramos que guardaremos el secreto y lo guardamos con la vida y con el silencio más pertinaz pero el secreto nos grita a voces que lo desnudemos y más bien terminamos haciendo striptease en medio de la avenida, pero como no revelaremos un secreto foráneo –torpes somos, no chismosos– terminamos diciendo ésa nuestra verdad que teníamos escondida en el joyero de mamá, junto a aquella medalla de oro y diamantes (siempre será oro y diamantes todo lo que brille) de cuando obtuvimos el concurso de literatura, si es que lo obtuvimos. Somos de los que nos acercamos y nos acercamos y nos acercamos cuando nos han puesto una cerca eléctrica, y nos electrocutamos y seguimos, como el coyote del correcaminos, acercándonos así nos sigan poniendo las trampas que nosotros mismos no hemos sabido activar. Somos de los que gritamos duro cuando se pide estar ca-lla-ditos y nos miran y somos un escándalo aunque ya hayamos guardado la cabeza, y el corazón, diez kilómetros bajo tierra. Somos de los que buscamos hielo en el vaso de gaseosa en medio de la oscuridad de esa película tan intensa y no tocamos la mano de ésa que tampoco toca nuestra mano pero a la que le ha caído todo el líquido en el pantalón. Somos de los que no comemos con delicadeza y siempre se nos cae una gota de salsa en la camisa blanca justo cuando íbamos a ver a alguna perfección que siempre admiraremos pero a la que no le alcanzamos la sonrisa. Somos de los que aseguramos que vamos a decir todo eso en una salida y planeamos besos y versos pero entonces pasamos la cita conversando sobre dónde estará la Atlántida o qué hay del otro lado de un agujero negro y mientras, en algún rincón del cerebro, está la frase contundente que llevaría al asombro y a la calma pero que nunca revelaremos. Somos de los que no hablamos pero lo decimos todo y se nos sale el alma por los ojos. Somos de los que nos preguntamos, o no, qué fue lo que hicimos, porque siempre, siempre, somos los culpables de los espantos y los terremotos y los maremotos. Somos de los que no nos sabemos el padrenuestro y proferimos groserías y tenemos sobrinos a los que les decimos que hay que compartir la mitad del chocolate aunque probablemente te la roben entera. Somos de los que no leemos el horóscopo para no presentir piedras en el camino –nos tropezamos con ellas, mejor, de sorpresa–, ni nos pasan el huevo ante el mal de ojo en el que no creemos porque confiamos en los criterios del oculista, ni nos sabemos citas de autores para quedar inteligentes y cultos ante la audiencia. Somos de los que tartamudeamos ante éste, el público, a pesar de la edad y las horas-hombre (horas-torpe en este caso) sobre las tablas del teatro y de la vida. Somos de los que enmudecemos porque siempre se nos va a olvidar ese nombre ante el rostro que nos saluda con demasiada confianza. Somos de los que rompemos jarrones sin rabia o con ella, de los que perdemos tenedores, de los que alborotamos los bolsillos sin encontrar las llaves, de los que rompemos suelas y nos estorban los zapatos, de los que quemamos la comida incluidos –solidarios– los dedos con ella, de los que nos reímos de esa, la tan querida torpeza, que nos hace tan, especialmente, poco importantes, poco responsables y tan poco adultos. Somos de los que siempre tenemos motivos para ponernos rojos, para quedar en ridículo, para pasar vergüenza, para ser el hazmerreír. Somos de los que saboreamos los instantes.

Escrito desde la oscuridad de mi casa, aún sin luz porque el electricista –otro torpe– se olvidó los fusibles…

comentarios
  1. […] los torpes esperan el bus en la esquina opuesta del paradero, y los tímidos silban, miran de ladito y se […]

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  2. […] los torpes esperamos el bus en un paradero clausurado por el SAT, si los tímidos buscamos un refugio en el […]

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  3. […] para no pisar tierra. Hay que golpear el piso quebrado. Se tropezará con piedras: Sí (somos torpes), se resbalará con las propias lágrimas: También (somos tristes), se esconderá en el […]

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