Qué divertido es jugar con el YouTube, ¿verdad? Se pasa uno ahí días y noches enteras buscando la canción de Mazinger Z que le marcó de por vida, el vídeo viral de moda de esta semana o subiendo sus videoperformances caseras con la esperanza de que algún cazador trastornado de trendings topics lo descubra y pueda malgastar el resto de su vida alardeando ser un autor multimedia. Acéptenlo, es el pan electrónico de cada día.
Pues así andaba yo un día, deambulando por el YouTube en vez de limpiar el baño o escribir para el blog, cuando se me ocurrió buscar mis vídeos musicales favoritos, esos que me habían marcado como persona y como proyecto de tipo friki que no tiene ya nada de qué hablar con sus semejantes. Antes de que mis neuronas llegaran a algún tipo de decisión consensuada, mis dedos por su lado ya estaban escribiendo las palabras mágicas: «21st Century Boy, Sigue Sigue Sputnik«.
Si queda por ahí alguien al que se le active alguna conexión nerviosa después de leer ese extravagante nombre (para mí, uno de los mejores de la historia del rock, sacado de una banda callejera de Moscú mencionada en el International Herald Tribune, que global todo) recordará vagamente a unos tipos raros con ropa interior en la cabeza, protectores de kickboxing encima de pantalones de látex y los mohawks más altos y oxigenados que uno pueda imaginarse, el kitsch glam extremo hecho vídeo (exceptuando al guitarrista Neal X cuando iba de traje y corbata de brillantes hecho un anís, digno heredero del primer Little Richard). En fin, los ochenta en su máxima expresión, aquellos ochenta que todo el mundo vuelve a amar gracias a las series de Netflix pero que yo recuerdo con un irresistible aroma retrofuturista a plastic age.
«El secreto de la genialidad de Sigue Sigue Sputnik: tres acordes, sintetizadores de un millón de dólares, poner a la gente de los nervios».
Libreto interior de Dress for Excess
SSS era la criatura de Tony James, antiguo cerebro junto a Billy Idol de Generation X, el grupo inventor, con perdón de los Buzzcocks, del pop punk. Una vez marchado Idol a disfrutar de la vida loca rockera de Los Ángeles (o sea, atiborrarse de mujeres y drogas), Tony, cerebro privilegiado y visionario, después de atiborrarse de discos de los iluminados del tecno-punk Suicide, puso las neuronas a trabajar para crear el grupo definitivo, la banda más grande que habría visto la Tierra, un monstruo multimedia que daría forma al futuro, el Producto Definitivo, la quinta generación del rock and roll (todavía no sé cuáles fueron las cuatro anteriores, pero bueno).
De acuerdo con la tendencia imperante desde las últimas décadas del siglo pasado, la imagen y sobrecarga de estímulos visuales serían la parte fundamental del concepto, Tony no se amilanaba en afirmar que «la música no es más que la banda sonora de los vídeos». Así, decidió que SSS sería un grupo de superhéroes glam que vivirían en un mundo a medio camino entre como se imaginaba el futuro en los ochenta y la película porno de lujo: contaminación visual de anuncios, vídeos, fragmentos de películas y pantallas de televisor por todas partes, la omnipresencia de tecnología rozando el tecnofetichismo (es agradable ver en vídeos del año 1986 la fascinación que tenían por Japón, jugueteando con teléfonos celulares, cámaras de vídeo, minitelevisores, minirreproductores de audio o lamiendo un cd), gráficos computarizados de ocho bits, la ultraviolencia de mentira, la descontextualización de icónicos símbolos políticos (la hoz y martillo que lucía Neal en su guitarra, la apología irónica del capitalismo futurista), la guerra fría, la proliferación de las armas nucleares y la reaganiana fascinación por las armas de gran calibre como metáforas de pulsiones sexuales reprimidas (sencillamente alucinante, ni Ballard, la memorable la portada del single de Sex Boom Boogie: una ristra de consoladores que a primera vista asemejan un cargador de fusil). El cine basura de todo un John Waters, la ciencia ficción (desde la recurrente Blade Runner hasta los cómics de American Flagg! de Howard Chaykin), y el libre mercado entendido como arma subversiva en buenas, o mejor dicho, malas manos (en la Sputnik Corporation cabían proyectos multimedia desde el canal de TV hasta la ropa, los juegos de computadora, el cine, la inversión inmobiliaria, los zapatos de taco aguja para hombres, en fin, de todo). Y como cerecita la siempre imprescindible manipulación mediática que tan buenos resultados les había dado a los Sex Pistols unos años antes. Se puso en marcha una demencial campaña publicitaria en la que James no dudaba en declarar que su intención era desplumar a todo el mundo con un grupo de seudo artistas incapaces de tocar ni una nota; «puedes enseñar a cualquiera a tocar la batería, pero no puedes enseñarle a ser una estrella». Con fantasmadas como ésta se ganaron el creciente resentimiento de la crítica más seria y un contrato por un millón de libras con EMI sin tener apenas cuarto y mitad de canciones preparadas, pero sí un par de años de inmersión en las raíces del rockabilly, ensayando únicamente canciones de Elvis y Eddie Cochran.
«El placer es nuestro negocio».
Inserto publicitario de la Sputnik Corp en Flaunt It!
Esa locura publicitaria era, en esencia, SSS; vivir todas las fantasías del rock pero al máximo («No escuchar acompañado de un adulto» rezaba una de las múltiples sentencias que plagaban el libreto del primer disco). Disfrutar de las drogas más selectas, el champán más caro, la tecnología más de vanguardia, los hoteles más exclusivos, los clubes más de moda, las limusinas más largas, el sexo de todo género y manera, mientras la Sputnik Corp. se encargaba de todo. El objetivo era destilar irónicamente la esencia del rock y el pop como hijos que son del capitalismo optimista de los cincuenta pero trasladados al sueño de los años ochenta; revolcarte sin pudor en el hedonismo en todo su exceso porque sabes que, en cualquier momento los misiles nucleares podrían estar surcando el aire. SSS venían a ser a su época lo que el porno al sexo, una fantasía salida de contexto que no tiene absolutamente nada que ver con la realidad, lujosísima y colorida, donde nadie es feo ni torpe, todo el mundo es elegante, fashion y divertido. Una fantasía donde traer de una vez a la realidad ese futuro imaginado que nunca acaba de llegar, perfecto, brillante, pulido y penetrante como un consolador lubricado. Y a mí no me importaría pasarme tres semanitas de vacaciones ahí en la Cúpula del Placer…
«Dentro de cien años entro en un club y Elvis está tocando rock and roll de tres acordes en un increíble equipo de alta tecnología. ¡¡¡Así es como quiero sonar!!!»
Libreto interior de Dress for Excess.
Y la cosa suena como un golpe de rockabilly de los años cincuenta entremezclado con Suicide, Cramps, T-Rex y unos New York Dolls en clave Mad Max. El bajo computarizado de una sola nota de Tony (aquel omnipresente chacachacachacachaca) es la guía para una batería doble que suena como un par de robots japoneses aporréandose mecánicamente. Sobre este paisaje rítmico post industrial llamean los riffs glam de Neal X, como explosiones de naves enemigas en una versión hipertecnológica de Space Invaders. Finalmente Martin Degville escupe frases cortas, absurdas e imperiosas como eslóganes publicitarios, algo así como un Bowie transexual camp atiborrado de poppers con su voz distorsionada a base de overdubs, reverbs, ecos y todos los efectos que existan en un estudio. Todo esto pasado por el tamiz de los sintetizadores de Yana Ya Ya; omnipresentes samples de música clásica y películas que iban desde La Naranja Mecánica hasta Harry el Sucio y Terminator pasando por El Precio del Poder o Rollerball. El rock and roll del futuro, la sensación de estar conectado con un cable neuronal a la red abrasándose el cerebro con información pura. El puto caos, en suma.
Eso era Flaunt It!, el impactante debut en el que todas las canciones suenan casi igual, una desquiciada sobrecarga de estímulos e información, el primer y casi único disco que se puede calificar de auténticamente cyberpunk (este disco no es sobre cyberpunk, no va de cyberpunk, no se autocalifica de cyberpunk, ES CYBERPUNK). Con aquellas letras sin sentido ninguno que manejaban la técnica del eslogan publicitario pervirtiendo su sentido original para convertirlas en propaganda y apología de la destrucción masiva, ultraviolencia, juegos de computadora, terminators, ciencia ficción, chicas Atari, sexo transexual… Con el añadido de que entre canción y canción habían incluido anuncios (L’Oréal, la revista iD, la efímera estación de televisión pirata NeTWork 21 y la tienda londinense de ropa Pure Sex se mezclan con publicidades ficticias de la Sputnik Corp y el Sigue Sigue Sputnik Computer Game) pero que le dan al conjunto un aspecto de artefacto proveniente de un futuro alternativo donde reina un capitalismo gobernado por consejos de administración en los que implacables T1000 toman las decisiones. El producto (nunca mejor dicho) es rematado por una preciosa portada remedo de la caja de un robot japonés de juguete y un abigarrado libreto plagado de parafernalia japonesa, fichas de los ídolos, publicidad, fragmentos de letras, ubicuos eslóganes…, el juguete perfecto del siglo XXI.
«El sentido del humor es siempre esencial».
Tony James en el libreto interior de Flaunt It!
Lamentablemente nadie o casi nadie entendió la posmodernísima y artística broma conceptual. Aunque Flaunt It! vendió un millón de copias, algo que no está mal, los SSS no lograron el éxito masivo necesario para convertirse en el grupo definitivo que pretendían ser; ni canal de televisión, ni compraron la EMI, ni, lamentablemente, los hombres acabaron llevando tacos aguja a excepción de Prince, ni nada de nada. Masacrados por una crítica que les tenía ganas por (aparentemente) no tomarse en serio la música, abusar del sexo y la violencia para vender y ser un grupo prefabricado (cosas que, como todos sabemos, nunca se han dado en el mundo del pop-rock) y siendo el hazmerreír de la industria por el batacazo comercial, los Sputniks tardaron dos años en crear la continuación de Flaunt It!. El segundo disco, Dress For Excess, parecía una disculpa, el eslogan central era, irónicamente, «esta vez es la música» y en la portada lucían una cita del Neuromante de William Gibson; «la calle encuentra su propio uso para las cosas» (lamentablemente Gibson, a la hora de retratar un grupo pop en sus novelas optó por el modelo U2 en vez del visionario SSS).
Sin duda presionados por la discográfica para sonar más comerciales y variados (incluso las letras tienen algo de sentido), Tony James traicionó sus principios para facturar un disco esquizofrénico donde chiste-canciones como Success (hecho con los productores más odiados del mundo: Stock Aitken y Waterman) se dan de golpes con cortes descartados del Flaunt It! como Hey, Jayne Mansfield Superstar. A pesar de todo, no faltan las buenas canciones: Dancerama (en otra pincelada visionaria, el vídeo de esta canción es una simpática adaptación de La Jeteé de Chris Marker, el corto de culto inspirador de los 12 monos de Terry Gilliam), Boom Boom Satellite, Super Crook Blues o M*A*D (Mutual Assured Destruction), la demencial apología de la guerra nuclear como neurosis sexual (don´t get hard in my backyard), tan profética ella que debe estar sonando día y noche en los laboratorios nucleares iraníes ahora mismo (you´ll never lost a war by being too strong, and you´re never too strong when you got the bomb).
«La historia nos dará la razón».
Página web oficial del grupo.
El golpe fue definitivo. Barridos por las volubles oleadas del mundo del pop, los SSS desaparecieron y fueron olvidados, archivados como otro fenómeno de circo de aquellos locos años, mientras los más listos carroñeaban las ideas más felices e innovadoras del grupo: el montaje multimedia, el sampleo a tutiplén, la fusión de rock, tecno y disco, la ironía, hasta la parafernalia japonesa. U2 llegaron a saquear sin vergüenza el montaje que los Sputniks realizaron en el Albert Hall del 86 para su gira del ZooTV, con aquellas pantallas lanzando eslóganes al público.
A partir de ahí fue la desbandada general, acabando el pobre Tony por ganarse las lentejas como mercenario en Sisters Of Mercy. De vez en cuando surgían ecos de los antiguos Sputniks, un disco en solitario de Martin Degville, el intento de revivir el espíritu Sputnik aunado con los grupos prefabricados de chicos en el proyecto de The Next Generation (fallido disco que sólo se publicó en Japón), etc., etc. Hasta que algo tan sputnikiano como es Internet reactivó al monstruo. El rumor de fondo de los fans que habían encontrado en Internet ese lugar idóneo donde reivindicar a sus ídolos, enterneció a James, que preparó la vuelta de la banda junto a los dos compinches que aún lo acompañaban: Degville y Neal X. El resultado son dos discos de glam futurista y uno de alienígenas versiones de Elvis, cuya aparición provocó incluso la edición de un grandes éxitos por parte de EMI. Nuevos e ingeniosos eslóganes, apología del intercambio musical por Internet, coqueteos con el electro, el dance, la culture club, giras en locales pequeños que rozaban lo insignificante, la marcha de Degville, etc., etc., en fin, lo que es un grupo al que ya se le pasó el tren y corretea desesperadamente detrás de todas las modas que se ponen al alcance. Pero aunque los discos de la nueva etapa no están del todo mal y tienen alguna canción aprovechable, su trabajo ya está hecho de sobra con Flaunt It!, el brillante artefacto que debería haber quedado como una pieza única, la burla irónica a un rock and roll que ha perdido todo el glamour y la diversión, que se toma demasiado en serio a sí mismo con sus ridículas pretensiones de autenticidad en un mundo donde el mercado, la publicidad y el dinero lo son todo. Y al final, el futuro se adelantó a SSS pero ellos lo inventaron; por fin la historia les dió la razón.