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LA DROGAÍNA Y LA LOCURA

Publicado: 22 de abril, 2019 en Infinita tristeza, Mundo enfermo

Para cualquier limeño, la noche es el lado oscuro del día. Todos aquellos que por la mañana lucen saco y corbata, laptop o uniforme ad hoc, por la noche se transforman en una especie de Mr. Hide variopinto y etéreo; los hay que muestran sus miserias o sus momentos más tristes, o una euforia desmedida, dependiendo de la cantidad de alcohol en las venas (u otras sustancias). En términos genéricos, bajo sus efectos unos se muestran nostálgicos, otros violentos, los gays sin pudor alguno, las mujeres mucho más tímidas, como pensando “dios mío, que no se me note”, los cincuentones de burdel bastante aburridos, y un largo etcétera. Luego están esos canallas que tratan de arrastrarte a su fiesta particular, de llevarte con ellos, con ese estúpido concepto que da el alcohol de pensar que todos los demás también están o deberían de estar igualmente borrachos; o los hijos de puta que, para no sentirse solos, tratan de invitarte a una raya ahí mismo, delante de medio mundo. A todos ellos les digo que no, por supuesto. Que cada uno se coma sus propias miserias.

Estoy cansado de ver el desfase que provoca el exceso. Demasiados vómitos, demasiados ojos inyectados en sangre, peleas, lágrimas. No sabemos divertirnos sin estimulantes. Ni se nos pasa por la cabeza un viernes por la noche sin el vaso de marras en la mano, o sin el paquetito de rigor. Queremos experimentar sensaciones nuevas sin haber siquiera disfrutado por un momento de las viejas. Vivimos deprisa y no nos enteramos de nada porque en realidad, en lo más profundo, no nos soportamos. Vivimos muertos de miedo.

El reciente caso de las Tablas de Sarhua que, aparte de la evidente ignorancia de todos los que acusaron a estos testimonios artísticos de proterroristas, ilustra la plaga de la corrección política, una moda que hace mucho está invadiendo diversas esferas del mundo, constituyendo una asfixiante censura que, en no pocas ocasiones, provoca dramas absurdos perfectamente evitables. Lo peor, con todo, es que está condenando a la sociedad al oscurantismo, a la ignorancia.

El irresistible avance de la corrección política es una señal muy potente que nos advierte de la infantilización de la sociedad occidental. La corrección política es producto de ese pensamiento infantil que cree que el monstruo desaparecerá con solo cerrar los ojos. Pero el proceso de maduración personal consiste justamente en lo contrario, en descubrir que el mundo no es siempre bello ni bueno, en la toma de conciencia de que el mal existe, en llegar a aceptar y encajar la contrariedad, el sufrimiento. Y, por supuesto, en aprender a rebatir los criterios opuestos. En su esfuerzo por hacer sentir a todas las personas cómodas y seguras, a salvo de cualquier potencial shock, se está sacrificando la credibilidad y el rigor del discurso intelectual, remplazando la lógica por la emoción y la razón por la ignorancia. En definitiva, están impidiendo que los ciudadanos maduren.

Desde el punto de vista conceptual, la corrección política es incongruente, cae por su propio peso. Dado que no todo el mundo opina igual ni posee la misma sensibilidad, no es posible separar con rigor lo que es ofensivo de lo que no lo es, establecer una frontera objetiva entre lo políticamente correcto y lo incorrecto. Hay personas que no se ofenden nunca; otras, sin embargo, tienen la sensibilidad a flor de piel. La ofensa no está en el emisor sino en el receptor. Así, en la práctica, es la autoridad quien acaba dictaminando lo que es políticamente correcto y lo que no. Y lo hace, naturalmente, a favor del establishment y de los grupos de presión mejor organizados.

Como ya dije, la corrección política es una forma de censura, un intento de suprimir cualquier oposición al sistema. Y es además ineficaz para afrontar las cuestiones que pretende resolver: la injusticia, la discriminación, la maldad. No es más que un recurso típico de mentes superficiales que, ante la dificultad de abordar los problemas, la fatiga que implica transformar el mundo, optan por cambiar simplemente las palabras, por sustituir el cambio real por el lingüístico.

Hay mucha gente en el mundo que, al parecer, carece de la madurez emocional o de la capacidad intelectual para escuchar una opinión que se aparte de sus convicciones sin considerarla un insulto personal. Al poner los sentimientos por encima de los hechos, de las razones, cualquier opinión válida puede ser desactivada tachándola de racista, sexista, discriminatoria o terrorista. Puede que a estas personas la corrección política les haga sentirse más cómodas, pero a costa de instaurar la cultura del miedo en los demás.

Renunciar al libre discurso, al libre pensamiento, para evitar herir la sensibilidad de alguien es peor que estúpido: es peligroso porque pone en cuestión los principios de la democracia. Debemos ser respetuosos con todo el mundo, por supuesto. Pero también expresar con libertad nuestras ideas y argumentos. Si alguien se molesta, se rasga las vestiduras, es muy probable que esté mostrando así su talante inmaduro, su carácter infantil e intolerante. Lo advirtió George Orwell en su novela 1984: “La libertad es el derecho de decir a la gente aquello que no quiere oír”.

DISCLAIMER:

Para comprender mejor la historia y el significado de las Tablas de Sarhua (además del arte popular ayacuchano), les recomiendo dos lecturas: «Las tablas de Sarhua: Arte, violencia e historia en el Perú» de Moisés Lemlij y Luis Millones y «Cajones de la memoria. La historia reciente del Perú a través de los retablos andinos» de Makena Ulfe, que lo pueden descargar aquí: http://bit.ly/2Dy68YN

Post escrito originalmente para Estación Atocongo: https://estacionatocongo.wordpress.com/2018/01/27/las-tablas-de-sarhua-o-como-la-correccion-politica-nos-esta-volviendo-ninos

A raíz del condenable asesinato de una menor de edad a manos de un, a todas luces, psicópata, tenemos una vez más tenemos el mismo viejo, improductivo y populista debate con los mismos actores de siempre: ¿debemos reinstaurar la pena de muerte?

Una vez más, a raíz de la reciente propuesta de algunos congresistas, se calienta el escenario público con el debate sobre la pena de muerte para los violadores de menores. Lo primero por tener en cuenta es que no hay novedad en el tema. Como suele ocurrir con los asuntos de gran impacto emocional y que además involucran principios fundamentales y posiciones éticas –el aborto, la eutanasia y los derechos humanos, entre otros–, la polémica es interminable. 

Investigaciones realizadas por una organización seria como Amnistía Internacional han demostrado con sólidos argumentos que la pena de muerte no es un disuasivo.

Amnistía Internacional (AI) ha instado a todos los gobiernos a abolir la pena de muerte porque “no existe ni una sola prueba fehaciente de que sea un factor disuasorio” para delincuentes y criminales y solamente “se usa con fines políticos”. Para conmemorar el Día Mundial contra la Pena de Muerte, AI ha publicado el informe titulado “Not Making Us Safer”: https://www.amnesty.org/download/Documents/8000/act510022013en.pdf, en el que pone de relieve la ausencia de pruebas que respalden la afirmación de que la pena de muerte reduce los delitos graves. La organización humanitaria ha denunciado que “una minoría de países ha reanudado o prevé reanudar las ejecuciones, a menudo como reacción visceral a unos índices de delincuencia elevados o en aumento, o ante asesinatos especialmente atroces”. AI ha mencionado los casos de India, Canadá y Trinidad y Tobago, donde se ha demostrado que “no hay ninguna correlación”:

  • En India, el índice de asesinatos se ha reducido un 23 por ciento en los últimos diez años, y no hubo ejecuciones desde 2004.
  • En Canadá, el índice de homicidios disminuyó en los años posteriores a la abolición de la pena de muerte en 1976.
  • Un estudio reciente realizado en Trinidad y Tobago concluyó asimismo que no había ninguna correlación entre ejecuciones, encarcelamiento y delincuencia.

“Los políticos deben dejar de actuar para la galería y mostrar liderazgo en materia de seguridad pública. Deben dejar de presentar la pena de muerte como una solución rápida para reducir los elevados índices de delincuencia y abordar los problemas del sistema de justicia penal”, ha instado.

AI ha argumentado que “se ha demostrado que una actuación policial efectiva, unos sistemas de justicia penal operativos y las mejoras en la educación y en los niveles de empleo son claves para reducir los índices de delincuencia”. “Las víctimas de la delincuencia merecen justicia, pero la pena de muerte no es la respuesta. Reanudar las ejecuciones para aparentar dureza frente a la delincuencia es someter la vida de las personas a las conveniencias políticas”, ha expresado.

AI ha reiterado que se opone a la pena de muerte “en todos los casos sin excepción, con independencia de la naturaleza y de las circunstancias del delito; de la culpabilidad, inocencia u otras características de la persona; y del método empleado por el Estado para realizar la ejecución”.

Para quienes no creemos en esta opción, más allá de las razones éticas que fundamentan el abolicionismo, subsiste la grave objeción relativa al error o arbitrariedad judicial. Vale recordar la Comisión Lanssiers, una comisión especial creada para liberar a más de 800 peruanos inocentes injustamente condenados por terrorismo.

No se trata de justificar crímenes tan repugnantes como las violaciones de menores seguidas de muerte. Sin embargo, ello no puede llevar a que el ánimo de venganza o el temor (exacerbados por la prensa amarilla y campañas mediáticas) justifiquen la adopción de medidas que –más allá de su inviabilidad jurídica– no solo no resuelven el problema de fondo, sino que, por el contrario, incrementan la nefasta estadística de los muertos inocentes.

¿Arrebato emocional? ¿Populismo oportunista? ¿Táctica distractiva? ¿Simplemente ignorancia? Un poco de memoria y seriedad no nos vendría nada mal.

La respuesta de la líder neozelandesa a la matanza de las mezquitas desafía el discurso xenófobo global

Por Gonzalo Fanjul

“Muchos de los que esta mañana se han visto directamente afectados por este tiroteo pueden ser inmigrantes en Nueva Zelanda. Pueden ser incluso refugiados, que han elegido Nueva Zelanda como su hogar. Porque este es su hogar. Ellos son nosotros. Las personas que han perpetuado esta violencia contra nosotros no lo son. No tienen lugar en Nueva Zelanda. No hay lugar entre nosotros para estos actos extraordinarios de violencia extrema y sin precedentes”.

Ellos son nosotros. Una aseveración tan simple, que la Primera Ministra neozelandesa Jacinda Arden ha martilleado en cada intervención pública desde los atentados del 15 de marzo en Christchurch, constituye en este tiempo una declaración revolucionaria. La identidad colectiva, la que establece el derecho a pertenecer a una comunidad, no está determinada por el origen o el pasaporte del individuo, sino por su capacidad de compartir valores comunes y vivir de acuerdo con ellos. “Somos una nación orgullosa de sus más de 200 etnias –dijo después–. Pero además de esa diversidad compartimos valores comunes. Y el que hoy apreciamos por encima de todos es el de la compasión”.

Nueva Zelanda lleva años nadando a contracorriente en materia de migraciones y asilo. Sus programas de movilidad temporal (que han llegado a alcanzar al 10% de la población) han demostrado que la creatividad y la capacidad de asumir riesgos puede generar modelos infinitamente mejor gobernados que los que promueven Europa y EEUU, por ejemplo. En lo que respecta a los refugiados, la PM Arden ha sido firme en la defensa de sus responsabilidades internacionales, en claro contraste con la política bully de Australia y sus campos de internamiento.

Pero lo que ha ocurrido hoy va mucho más allá y puede tener un efecto catárquico sobre la sociedad neozelandesa y el conjunto de la comunidad internacional. La bandera del #EllosSonNosotros (#TheyAreUs) debe ser defendida como la única alternativa posible a la peste xenófoba y nacional-populista que contamina al planeta entero. El camino no es responder a las salvajadas de Vox o de Pablo Casado, o a la naturalidad con la que Rivera decide los derechos fundamentales de un ser humano en base a su condición administrativa. El camino es construir un relato completamente diferente, el que hoy ha enunciado con valentía y lucidez Jacinda Arden: ELLOS SON NOSOTROS.

Fuente: El País

Fotografía: Alberto Valderrama

No hay mejor analogía para calificar la visita del Papa Francisco a Perú que un terremoto. Valgan verdades: Francisco ha condenado las esterilizaciones masivas sin consentimiento, ha denunciado la deforestación, la minería ilegal y la trata de personas en la región amazónica. Cualquiera podría decir que, en menos de 48 horas, el Papa se ha convertido en la oposición de izquierda que el gobierno no tenía. Sin embargo, dichas denuncias han sido rebotadas tibiamente por los medios, supongo que era de esperar. No voy a negar que, más que el mismo Papa Francisco, me conmueve la reacción de la gente: personas necesitadas de esperanza, de que alguien los escuche y les diga que son dignos y merecen respeto. Fue muy motivo su encuentro con el apu etnia awajún Santiago Manuin, uno de los sobrevivientes del Baguazo. Nuestras autoridades siempre hacen todo lo contrario. Pero, hasta el día de hoy, no se ha pronunciado sobre una de las más graves denuncias en el seno de la Iglesia Católica peruana: los presuntos abusos sexuales y físicos cometidos por miembros del Sodalicio de Vida Cristiana.

Esto es necesario: se debe impartir justicia de manera inmediata, se debe buscar y alcanzar la verdad, y si es necesario se deben imponer sanciones: incluso la expulsión si hay peligro de que siga cometiendo delitos

A pesar de que el papa Francisco defendió durante su visita a Chile al obispo Juan Barros, acusado de encubrir casos de abuso sexual de menores generando un terrible malestar entre la sociedad chilena: “el día que me traigan una prueba contra el obispo Barros, ahí voy a hablar”, http://bbc.in/2rrXYzP, en los últimos años el Vaticano viene recomendando que las autoridades eclesiásticas colaboren en la investigación de abusos cometidos e incluso denuncien a los sacerdotes y miembros de las órdenes religiosas implicados, porque son ciudadanos y están sujetos a  la justicia civil y porque se tratan de criminales que puedes seguir cometiendo delitos.

Para mí es claro. ¿Acaso “respetar la fe de los creyentes” implica hacerse los indiferentes frente a los graves delitos que encubre la alta jerarquía de Iglesia Católica peruana? Lo digo no solo por ellos sino también por los periodistas, al menos en Chile preguntaban algo. Acá todo es amén al Papa.

Esperemos que mañana (u hoy) Francisco condene los delitos cometidos por la cúpula sodálite. Y que todo sea en nombre de la justicia y de la verdad. Totus tuus, Francisco.

PD: Y mientras todos andan en modo Papa, ¿ya vieron que Alberto Fujimori actualizó su DNI? ¿Y si pide su pasaporte? ¿Seguiremos en modo Papa?

Post escrito originalmente para Estación Atocongo: https://estacionatocongo.wordpress.com/2018/01/20/la-papa-caliente-del-papa/

Hay que aprovechar los 25 años de la captura de Guzmán para recordar que un buen golpe de inteligencia es mucho más eficaz que miles de desapariciones, ejecuciones extrajudiciales, detenciones arbitrarias, torturas y violaciones.

Pero no menos importante es recordar quién fue este nefasto personaje. Esto puede ayudar a que los jóvenes o que no tienen la menor idea de quién fue o que están pidiendo su amnistía bajen a tierra.

Guzmán fue un asesino. No hay ni un solo sector del país que no haya tenido víctimas producto del terrorismo. Él reconoce el feroz asesinato de más de 80 campesinos en la comunidad de Lucanamarca (Ayacucho, 1983). Se refiere a la posibilidad de un genocidio con total frialdad: “Al potenciarse la guerra popular tiene que darse necesariamente una elevación de la guerra contrasubversiva que va a tener como centro el genocidio y esto nos va a llevar en perspectiva al equilibrio estratégico…”.

La cita anterior proviene del panfleto que sus seguidores llamaron pomposamente “la Entrevista del Siglo”, la misma que resultó tan mediocre y aburrida que la broma fue que con razón Guzmán había decidido pasar a la clandestinidad.

En ella todo el tiempo se repetía el mismo pensamiento fundamentalista y trasnochado: “La ideología del proletariado, la gran creación de Marx, es la más alta concepción que ha visto y verá la Tierra; es la concepción, es la ideología científica que por vez primera dotó a los hombres, a la clase obrera principalmente y a los pueblos, de un instrumento teórico y práctico para transformar el mundo. Y todo lo que él previera hemos visto cómo se ha ido cumpliendo”. Mao ya había caído políticamente y estaba muerto, pero su nombre lo repite sin cesar.

Su visión del país era también alucinante: “Estamos hundiendo el capitalismo burocrático y hace tiempo socavando la base gamonal de las relaciones semifeudales que sostienen todo este armazón, al mismo tiempo golpeando al imperialismo”.

Un ególatra total. Se creía la cuarta espada después de Marx, Lenin y Mao. Este último le habría pasado la “antorcha” para que la revolución peruana fuera “faro de la revolución mundial”. “El pensamiento Gonzalo” –de él– era científico e infalible.

El Guzmán bailando “Zorba, el griego” (setiembre de 1989) habla de su mala entraña. Mientras que cientos de sus militantes mataban a miles de personas por orden suya, él se divertía.

Otro momento radiográfico de Guzmán es cuando este fue detenido sin necesidad de disparar un solo tiro, e inmediatamente mandó a acuñar la consigna “salvemos la vida del presidente Gonzalo”. A él, quien hizo que cientos de jóvenes murieran convencidos de que para ser un buen comunista “había que llevar la vida en la punta de los dedos”, ahora solo le importaba su vida. Por si fuera poco, al año de ser capturado, leyó sumisamente una carta a favor de Fujimori, pidiendo un acuerdo de paz.

Fuente: IDL

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Estaba harto del Perú. Todo le apestaba. Lo habían engañado. Le habían vendido la idea que este país era un paraíso, que se podía viajar, que se podía invertir, que se podía respirar, que Lima era la Ciudad Jardín, que la Feria del Señor de los Milagros era milagrosamente lo único que tenía sentido… Que la gente era honesta y buena, que los peruanos eran gente solidaria, que se interesaban por lo problemas de los demás. Que la crisis era pasajera (je je), que el terrorismo iba a ser derrotado (ja ja), que el Presidente era una persona muy artística (jo jo), que la cultura peruana era muy antigua (ji ji). Que había sol todo el año (ju ju), que la policía era efectiva (si es en efectivo, sí), que no había racismo (ja ja), que todos eran iguales (je je). Que los indios en el fondo amaban a los blancos (ji ji), y que los blancos también en el fondo querían ser indios de película de Hollywood (jo jo). Que los negros eran bien leales (ju ju) y que los chinos no fumaban opio (ja ja ja). Que las mujeres peruanas eran suavecitas y dóciles (je je je). Que los hombres no eran machistas (ji ji ji) y que no les gustaba Miami (jo jo jo). Que todos creían en las posibilidades de su país (ju ju ju) y que en el fútbol siempre metíamos goles (ja ja ja). Que Vargas Llosa (¿Vargas qué?) era un hombre con un sentido suizo de la realidad nacional (je je je). Que éramos muy cultos e inteligentes (ji ji ji) y que nuestros defectos eran grandes virtudes (jo jo jo). Que la Madre Patria nos amaba como hijos predilectos (jo, jo, jolín), y ya para que descanses de una vez por todas, que no hay Primera sin Segunda… como dijo la Negra Facunda.

El crimen no es enriquecerse, el crimen es ser sorprendido y exhibido al hacerlo.

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Un congresista reelecto y secretario general de Fuerza Popular, inicialmente investigado por ser el propietario de dos departamentos de lujo comprados en Miami y valorizados en US$ 2’602,000.00, es parte de una investigación por lavado de activos, presuntamente producto del narcotráfico. Esto en Perú, en menos de una semana y en plena campaña electoral por la presidencia del país. Un repaso por el resto de América Latina arrojaría un listado de casos de corrupción inabarcable en los confines de esta columna.

El fantasma que recorre a nuestros países sudamericanos es tan antiguo como la especie humana, pero en los últimos años la corrupción parecería haber adquirido un carácter endémico. Presidentes que caen por el uso indebido de los recursos (Brasil o Guatemala); indagaciones contra figuras emblemáticas como Lula da Silva, Cristina Kirchner, Rafael Correa o Evo Morales; familiares exhibidos en casos flagrantes de tráfico de influencias (Peña Nieto, Michelle Bachelet).

No hay un día en que no nos enteremos de los excesos de un congresista, las extorsiones de un alcalde, la coima a un juez o fiscal, los abusos contra el presupuesto de un funcionario público o de un legislador. En Perú, las noticias sobre la corrupción siempre están a la par de las notas de inseguridad y violencia de las portadas de los diarios. Y no sólo en los periódicos. La corrupción está superado a la inseguridad o el deterioro económico (empleo o pobreza) como la principal preocupación de los ciudadanos en los sondeos de opinión. Una percepción que hace estragos en la de por sí escasa confianza de los ciudadanos en las instituciones.

No se trata solo de que aumentó la visibilidad de la corrupción gracias a la globalización, a las nuevas tecnologías de comunicación y a las redes sociales, entre otras razones. Todo indica que el número de casos y las cantidades implicadas han crecido. Algo extraño si consideramos que la impunidad no es mayor ahora que antes; por el contrario, justamente la exhibición pública de todos estos casos revela que hoy en día existe un riesgo real para todo aquel que amamanta a las finanzas públicas.

Y no obstante, pese a ese riesgo, la voracidad de los funcionarios para enriquecerse a costa del patrimonio público no ha hecho sino aumentar. A mi juicio, eso tiene que ver con un desmantelamiento de los valores vinculados a la honestidad, la sobriedad y la modestia. Son virtudes que lejos de premiarse en algunos círculos políticos y empresariales suelen ser asociadas con algo parecido al fracaso. Y, por el contrario, resulta obvia la idealización de una cultura del éxito y la riqueza sin importar la procedencia o los medios para obtenerla. La cultura basada en el consumo y el triunfo no sólo han hecho presa de la clase política sino también del electorado. Si bien es cierto que la opinión pública reprueba los actos de corrupción puntuales y la corrupción en general, una parte de ella termina por inclinarse ante celebridades como Berlusconi o Trump, antípodas de cualquier valor asociado a la integridad, la moderación o la honestidad. El cinismo y la ostentación del éxito como argumentos necesarios y suficientes para legitimar el derecho a liderar los destinos de todos.

Son fenómenos nuevos que reflejan una tendencia que desde hace tiempo hizo presa de las clases políticas. Sin importar el partido político o la ideología, han construido una narrativa que les lleva a normalizar el derecho a adquirir un patrimonio a partir de su acceso al erario público. Hacerse rico es uno de los atributos que entraña hacerse cargo de una responsabilidad destacada; a su juicio es una compensación razonable y necesaria para blindarse de las contingencias y las traiciones de la vida política. En todo caso, es algo que hacen todos. El crimen no es enriquecerse, el crimen es ser sorprendido y exhibido al hacerlo. Y desde luego, no van a dejar de hacerlo. Nos espera un interminable desfile de infamias antes de que comiencen a contenerse, aunque sea por temor o precaución.

1. Caminar con decisión hasta el borde del abismo.

2. Estirar bien los brazos.

3. Sentir el viento en el rostro.

4. Posar con firmeza la planta de los pies.

5. Respirar profundamente.

6. Eliminar toda duda.

7. Abrir bien los ojos para ver con claridad el horizonte.

8. No temblar.

9. Asumir una actitud valiente y decidida.

10. Tomar impulso.

11. Saltar con alegría, gracia y soltura.

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Había trabajado toda su vida con el único propósito de hacer mucho dinero. Lo había logrado. Poseía, pues, mucho dinero. Ya no tenía nada que hacer. Se levantaba, leía el periódico, luego prendía la televisión, luego desayunaba, luego salía a caminar, luego almorzaba, luego hacía la siesta, luego volvía a prender la televisión. Luego pensaba: “Estoy solo. Tanta gente ociosa en este país de tarados, sucios, mal vestidos, sin ninguna educación, rateros de porquería… ¡No hay derecho! Voy a llamar a mi abogado para entretenerme en algo”.

“¿Aló? Buenas tardes, doctor Tello, una consulta. Quisiera que me diera una lista de los artistas importantes de esta ciudad, esos ociosos de porquería que no saben hacer nada, para iniciarles una serie de juicios por inmoralidad, exhibicionismo, contra la fe pública, por delincuentes, en fin… ya veré qué hago con ellos. Lo importante ahora es ocupar mi tiempo libre con algún tipo de actividad que me distraiga un poco de mi tedio habitual. ¿De acuerdo?

Mándeme toda la información al respecto en un sobre cerrado, lo antes posible. Gracias”.