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El pasado martes 28 de agosto, el Poder Ejecutivo presentó ante el Congreso el proyecto de ley que tipifica el delito de Negacionismo de la violencia terrorista, el cual que impone una pena privativa de libertad no menor de cuatro ni mayor de ochos años al que públicamente apruebe, justifique, niegue o minimice los actos cometidos por organizaciones terroristas y establecidos en una sentencia judicial firme. Al respecto se ha generado un intenso debate acerca de la conveniencia de tipicar y criminalizar dicha conducta. Desde Life Without K queremos participar en el debate haciendo una somera definición sobre el tema del Negacionismo y expresando nuestra posición. Pueden revisar el proyecto de ley en el siguiente enlace: Proyecto de Ley – Negacionismo de los Delitos de Terrorismo

El Negacionismo es la distorsión ilegítima del registro histórico de tal manera que ciertos eventos aparezcan de forma más favorable o desfavorable, mientras que el Revisionismo Histórico se ocupa de la corrección legítima del conocimiento existente sobre un evento histórico. Este post se centrará únicamente en el primero, esto es, el tipo ilegítimo que constituye la negación de los crímenes históricos: el Negacionismo.

A diferencia de la Propaganda, que apela a las emociones, el Negacionismo apela al intelecto, usando varias técnicas ilegítimas para proponer un punto de vista. Estas técnicas incluyen presentar como documentos genuinos a unos falsos, inventar razones ingeniosas pero inverosímiles para desconfiar de documentos genuinos, atribuir sus propias conclusiones a libros y otras fuentes que digan lo contrario, manipular series estadísticas para apoyar sus puntos de vista y traducir deliberadamente mal textos en otros idiomas.

Ejemplos clásicos de Negacionismo lo constituyen el Negacionismo del Holocausto y el Negacionismo turco del Holocausto Armenio. El Negacionismo es también utilizado por grupos de odio en Internet y sus efectos pueden encontrarse descritos en la literatura (por ejemplo, en la novela «1984» de George Orwell). En algunos países el Negacionismo de ciertos eventos históricos es considerado un delito, siendo de suma importancia señalar que en la Unión Europea el Negacionismo ha sido tipificado como delito mediante el Protocolo Adicional a la Convención sobre el Cibercrimen del Consejo de Europa.

MOTIVACIONES DEL NEGACIONISMO

El «Revisionismo Histórico» es usado como una etiqueta para describir los puntos de vista de historiadores autodidactas o disidentes que publican artículos que deliberadamente tergiversan y manipulan la evidencia histórica. Algunos de estos historiadores, como David Irving, un defensor del Negacionismo del Holocausto, se han denominado a sí mismos revisionistas históricos. Esta etiqueta ha sido utilizada de forma peyorativa para describir a estos historiadores, criticando su trabajo.

Las motivaciones de los negacionistas pueden ser diversas. En el caso de la negación del Genocidio Judío por los nazis, las razones parecen ser principalmente el antisemitismo y la voluntad de defender –incluso negando la realidad de los hechos– al régimen nazi y a sus colaboradores (como la Francia de Vichy). Así, se han publicado historias populares que desafían la posición generalmente aceptada de un período dado, como es el caso del Holocausto. Para ello, minimizan su magnitud y encubren otros crímenes de guerra nazi, mientras que hacen hincapié en el sufrimiento de las poblaciones del Eje en manos de los Aliados, subrayando que los Aliados cometieron también crímenes de guerra.

La negación de un genocidio (Holocausto, Genocidio Armenio, Genocidio de Ruanda, etc.) busca de hecho obtener un sobreseimiento (o cancelación) de lo que es admitido como un crimen y retirar a las víctimas o a sus deudos todo derecho a reparación alguna (la amoral aplicación del viejo aforismo jurídico Nulla Poena Sine Lege: en ausencia del crimen, no existen ni criminales ni víctimas). El Negacionismo puede así servir para proteger tanto a los actores de un genocidio, como a sus cómplices y herederos ideológicos.

Las tesis negacionistas se fundamentan muy a menudo en hechos maquillados o en la omisión deliberada de elementos de cargo. En consecuencia, se estima que sus tesis son producto de extremistas y falsificadores, con el fin de mostrar determinado hecho criminal como socialmente aceptable en un contexto histórico determinado y favorable para sus intereses.

Ejemplos similares se han presentado en el otro extremo de la escala política, cuando los estalinistas y maoístas intentan (al igual que los revisionistas antisemitas) encubrir o minimizar atrocidades mayores llevadas a cabo bajo algunos de estos regímenes. Es el caso del Gran Salto Adelante de Mao donde aproximadamente 43 millones de personas murieron de hambre, los Jemeres Rojos de Camboya, el Gulag en la Unión Soviética o el Holodomor contra el pueblo ucraniano.

OPINIÓN PERSONAL

En la actualidad, muchos autores se niegan a discutir el Negacionismo o sus argumentos en absoluto, bajo la premisa de que al hacerlo se daría a los negacionistas una legitimidad injustificada. Nuestra parte afirma que, de ser el caso, es indispensable perder tiempo y esfuerzo en responder las alegaciones de los negacionistas. Si bien sería de nunca acabar responder los argumentos planteados por los que libremente falsifican los resultados, citan fuera de contexto y simplemente interpretan a su antojo miles de testimonios, creemos que es absolutamente necesario a fin de conservar la memoria de las atrocidades que se han cometido, sobretodo en nuestro país donde, al parecer, la memoria histórica es objeto de diversas manipulaciones. A diferencia de los verdaderos académicos, los negacionistas tienen poco, si alguno, respeto por los datos o evidencias. El compromiso de los negacionistas es con una ideología y sus «conclusiones» son la forma de apoyarla.

Un típico ejemplo de táctica negacionista consiste en citar un texto histórico: «Fulano de Tal afirma en la página 189 de su famoso libro que nadie murió en Auschwitz». Luego uno va a la Biblioteca y busca Fulano de Tal, página 189, y encuentra que lo que realmente dijo fue: «Hubo buen clima en Auschwitz». Consiguen sacar esto adelante porque saben muy bien que la mayoría de la gente no tiene tiempo de acercarse a la Biblioteca. Pero la gente los lee y se dicen a sí mismos: «¿Quién mentiría sobre algo así cuando es tan fácil probar que se equivocan? Deben de estar diciendo la verdad».

El fenómeno negacionista representa hoy un desafío para las democracias, porque mientras se desarrolla un pensamiento negador de los violaciones a los derechos humanos, también ataca a las valores fundamentales de la democracia, como la tolerancia, el respeto al otro, etc.

Este desafío halló diferentes respuestas en los países europeos. En Francia, particularmente, se trató de solucionarlo en el plano jurídico con la adopción de la Ley Gayssot, que impide la expresión del pensamiento negacionista. La actitud del legislador francés fue impugnada, puesto que se decía que así se atacaba el derecho a la libertad de expresión, otro valor fundamental de la democracia, y que suponía la imposición jurídica de una historia oficial, que no podía más ser discutida por los historiadores, con todo el peligro que a esta imposición subyace.

Pero hay que señalar que lo que estaba en juego con el desarrollo de ideas negacionistas en Europa era la memoria de la tragedia del genocidio de millones de personas durante la Segunda Guerra Mundial. El negacionismo ponía en peligro el recuerdo del Holocausto, necesario para impedir que una tragedia de esa magnitud se produzca otra vez, y el esfuerzo para honrar la memoria de las víctimas.

En las leyes contra el negacionismo en Europa y el proyecto de ley presentado por el Gobierno Peruano destaca la constatación de que la amenaza que pesa sobre la memoria es un tema de preocupación universal. Es un tema universal, y especialmente latinoamericano, lo que justifica esta reflexión sobre el negacionismo.

En efecto, las tragedias sufridas por los pueblos víctimas del terrorismo, tanto como del terrorismo de los grupos subversivos como del terrorismo de  Estado en América Latina, dieron lugar a un debate amplio sobre la impunidad, como condición de la reconciliación nacional y sobre la memoria. Pero, al contrario del genocidio judío, la memoria de lo que sucedió en los años de la dictadura peruana no está amenazada por la negación de los acontecimientos reconocidos, sino por el hecho de que, por mucho tiempo, esos acontecimientos no han sido reconocidos institucionalmente.

Lo que resulta de esta constatación es que, haya o no una historia oficial, hay que seguir vigilando el respeto al derecho a la memoria como condición para la paz y como elemento necesario para el respeto de los derechos humanos.

Ni siquiera me detendré en la postura que han asumido diversos sectores de la derecha (expresada en los máximos exponentes de la DBA: los periódicos El Comercio y Correo) sobre este tema; han pretendido vestir la mona de seda en tantas ocasiones que no merece la pena. Además, en este asunto como en tantos otros, la derecha peruana va con retraso y no refleja el sentir de la sociedad: mientras que la mayoría de los países incluso se han tomado la molestia de legislar para castigar conductas relacionadas con el negacionismo y cualquier expresión de odio, la derecha peruana descarta todo en nombre de la libertad de expresión… Sin embargo, si me apetece perder unos minutos para hacerme una pregunta…

¿Quién mentiría sobre algo así?

¿Qué ideología hay que tener enquistada en la mente y en el alma, para levantarse por la mañana y negar el sufrimiento de miles y miles y miles de personas?

¿Qué absurdos prejuicios deben poseerte para negar evidencias históricas, científicas, testimonios de víctimas, documentos, fosas comunes… y sobretodo, que carajo hay que tener para negar las miradas de los que estuvieron allí… que no se pueden comparar con nada?

¿Avanzamos? Y de ser así… ¿hacia dónde?